En el marco del Día Mundial de la Prevención del Suicidio, el psicólogo infanto-juvenil y académico de la Universidad Sebastián, Francisco Ojeda, se refiere a los desafíos para la escucha y acogida de los procesos suicidas de jóvenes y adolescentes.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial para la salud (OMS) celebran cada 10 de septiembre el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. El tema escogido para el período 2021-2023 es “crear esperanza a través de la acción”. Un llamado no sólo a profesionales del área de la salud mental, sino también a todos los miembros de la sociedad en general, quienes también cumplen un rol significativo en la escucha, acogida y acompañamiento del dolor y el sufrimiento psicológico de jóvenes y adolescentes que visualizan en el suicidio, un destino frente al malestar.

El dolor psicológico y sufrimiento involucrado en quienes piensan en la muerte o presentan ideación suicida no toma la forma exclusiva de un Trastorno Psiquiátrico. Si bien hay fuertes correlaciones con éstos, y su conocimiento ha permitido llevar adelante acciones preventivas con resultados favorables; no obstante, el suicidio de una persona también soporta y conlleva cuestiones existenciales complejas, que, con frecuencia, sobrepasan la capacidad de comprensión para cualquier persona que se ponga en contacto y sintonía con un/a joven o adolescente que presente intento o ideación suicida.

Por eso es relevante el tema de este período: la acción. Un acto, cuyo efecto traiga la creación de esperanza. No es cualquier llamado que nos hace la OPS/OMS. Es una invitación a observar qué hacemos para cuidar y acoger a quienes transitan por un proceso suicida; un llamado a pensar las prácticas que llevamos a cabo para prevenir el suicidio en quienes se encuentran en un contexto de vulnerabilidad subjetiva. No da lo mismo cómo ocurre el encuentro con un sujeto que piensa en el suicidio como un destino; no da lo mismo el marco valórico, moral o científico con el cual evaluemos el riesgo en una persona; no da lo mismo qué tipo de prácticas ejecutamos para el resguardo y cuidado de la vida de quien sufre; no da lo mismo qué palabras usemos para entender este fenómeno; y no da lo mismo cómo escuchar.

Pensar la acción implica poner la ética como brújula y orientación de la praxis profesional. Una ética que nos permita acoger al otro/a y desde ahí promover un lazo a la vida, una esperanza. Pensar una acción ética, situar la responsabilidad con el cuidado de quien cursa un proceso suicida, no se resuelve únicamente con prácticas estandarizadas y protocolos de acción. La prevención no se agota solamente en la reducción del riesgo (hay que ser claros en señalar que es una parte importante, especialmente, por ejemplo, en el marco de atención primaria en salud).

Tenemos un trabajo que hacer para avanzar hacia acciones y prácticas creativas e innovadoras capaces de contener, escuchar, elaborar y acompañar las determinaciones psicológicas, sociales y culturales presentes, las más de las veces, en los procesos suicidas y la salud mental de las y los jóvenes y adolescentes.

Francisco Ojeda Güemes

Director Diplomado en Prevención y Abordaje de los Procesos Suicidas en Jóvenes y Adolescentes

Facultad de Psicología y Humanidades

Universidad San Sebastián

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