En las últimas semanas vemos con alarma y preocupación, eventos en extremo violentos en el contexto escolar, lo cual debiese hacernos reflexionar ya que sus consecuencias suelen ser graves. Por otra parte, el sensacionalismo mediático suele darnos una mirada unifactorial del fenómeno, cuando en realidad, es multifactorial, focalizándose en violencia física, invisibilizando otras violencias, como la simbólica (de clase, de género, etcétera) que afectan gravemente la convivencia democrática.

Sin ánimo de actuar como general tras la batalla, esto era previsible (y prevenible) ya que en la pandemia aumentaron considerablemente los problemas de salud mental tanto en adultos como niños, así como también, la violencia en el hogar y la comunidad. De la misma forma, esto confirmó una tendencia de los últimos 15 años donde diversos estudios nacionales e internacionales han mostrado una alta prevalencia de problemas de salud mental a partir de los 2 años y han dado cuenta, también, de las prácticas de “cuidado” poco sensibles con las cuales nuestros niños son criados, por ejemplo, malos tratos, indiferencia, castigos, retos, gritos, exposición a violencia intrafamiliar, entre otros.

Siendo bien conocida la relación entre el trauma derivado de los malos tratos dentro del contexto de cuidado y los problemas de salud mental. A su vez, en la convivencia social, vemos que nuestro Estado nuevamente ha fallado en la prevención y creación de un contexto educacional sensible, que fomente el bienestar ante la necesaria presencialidad.

No sólo se hizo oídos sordos a los expertos, sino que se hizo como si nada hubiese ocurrido y vemos tristemente a nuestros niños compitiendo por las calificaciones y tareas, con recreos cortos y limitados tiempos para comer y divertirse, han vuelto a las matemáticas y el lenguaje para el SIMCE y la PTU y un largo etcétera.

Y nadie se preocupó del dolor de los niños que perdieron familiares por COVID ni por el trauma experimentado o por el aislamiento y falta de contacto social durante estos 2 años. Cuando el foco de la educación sólo es el rendimiento académico y excluimos los aspectos socio-emocionales, el mensaje que les entregamos es que su dolor y sufrimiento es invisible e irrelevante, lo cual nubla la capacidad de empatizar con el otro, siendo un caldo de cultivo para la violencia, la venganza y la destrucción.

Por Germán Monje Ojeda, académico Escuela de Psicología de Universidad Santo Tomás sede Puerto Montt

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