Señor director

Leontina me dice: “Yo soy depresiva bipolar, usted no se imagina lo difícil que ha sido cuidar a mi mamá, nosotras dependemos de lo que yo junto y de su pensión miserable, pero me tocó y aquí estoy, tratando de hacer lo mejor para cuidar a mi madre”.

Esta tragedia revela la fragilidad de los ancianos vulnerables, que no se valen por sí mismos, así como el estrés del cuidador, los que en Chile tienen una característica muy marcada: en su mayoría son mujeres. De ellas, casi el 70% padece del “síndrome del cuidador”, un estado de profundo desgaste físico, emocional y mental, experimentando irritabilidad, dificultades en la
concentración, culpabilidad. Como Leontina, quien cuida de su madre desde hace cinco. “Antes tenía más energía, era más joven, pero ahora también soy mayor y me cuesta. Me duele mi espalda, las manos, es un tema bañar, hacer la cama, poner las cremas, levantarla”.

Hablamos de mujeres que en promedio tienen cerca de 60 años y son llamadas “generación sándwich” porque todavía están cuidando a sus propias familias y además tienen que cuidar a sus padres, y en contextos de pobreza. “Este año fue muy complicado, no había stock de remedios o era muy difícil conseguirlos, a eso hay que sumar la falta de recursos, cuidar a mi marido, si él se contagiaba del virus, seguro se me iba… Yo terminé enfermándome, pero no me permito bajar los
brazos, mi mamá me necesita”, cuenta Leontina.

Si bien nuestros programas de Atención Domiciliaria del Adulto Mayor (PADAM) hacen hasta lo imposible para llegar a las personas mayores y sus cuidadores, no dan abasto. Esto significa que más de 490 mil personas mayores, postradas y vulnerables, se encuentran al cuidado de mujeres abandonadas, sin ninguna red de apoyo para que puedan capacitarse, informarse sobre sus
derechos y aliviar el peso de la mochila que cargan.

Por Antonio Cortés, jefe territorial social de Hogar de Cristo en Chilo

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