Desde octubre del 2019 hasta nuestros días la percepción social y política de la población ha sido de malestar e inquietud, pero la realidad es simplemente devastadora. La violencia irracional en las calles quemando, destruyendo y funando parecía que nos prepararía para soportar cualquier escenario incierto. Pero, la pausa sólo llegó a causa de una “amenaza” microscópica por medio de un virus que nos sumió en un escenario de pandemia aún más problemático y precario. Si a eso sumamos a una buena parte de la clase política jugando a Netflix el panorama aparece desolador: sólo estrenan sus propuestas con efectos especiales o de ilusionismo, técnicas conocidas para crear personajes y ambientes que saben bien lo que gustan al elector, aunque tras bambalinas siguen un guion de intereses acomodaticios propios.  Los políticos nunca fueron más populares (¿populistas?) en sus estrenos y carteleras. Anuncian lo que a todos gusta, pero trabajan en lo que sólo a ellos sirve e interesa.

Por lo menos unos y otros -políticos y ciudadanos- parecemos coincidir en querer algo fundamental: lo mejor para Chile. Pero ¿qué es lo mejor? Tal vez la pregunta más precisa no sea cómo “hacernos” mejores sino cómo “ser” mejores.  La redacción de una nueva Carta Magna es un motivo para dejar atrás y condenar sin titubeos la violencia que roba la paz al ciudadano común y volver a una amistad cívica en la que todos podamos participar del mismo ideal de “ser mejores” con propuestas cuerdas y coherentes, aunque tengamos ideas distintas. Que se expresen ahora, tras la elección de los constituyentes, las legítimas demandas de una ciudadanía pacífica, cívica y harta de escuchar el canto de las sirenas. Por supuesto que antes debemos sobreponernos como sociedad al peligro de la polarización. El desencuentro mezquino nos “hace” violentos y alimenta el odio. Por el contrario, la amistad cívica nos enseña a “ser” mejores amigos, mejores ciudadanos y mejores personas. Ahora más que nunca entendemos que la sociedad es un cuerpo vivo en la que cada uno de sus miembros importa porque son ellos los que dan vida a una sociedad. Si se descuida, maltrata u olvida a uno de ellos a la larga el cuerpo entero se enferma. Razón por la cual se requiere de una acción mancomunada entre los diversos actores de la sociedad civil y política. La búsqueda de acuerdos será el crisol que muestre la verdadera “pasta” de la que estamos hechos los chilenos. No necesitamos un superhéroe que venga entre nosotros, nos envuelva en su capa y nos ponga a salvo en un lugar desconocido.  Nos necesitamos unos a otros sin distinción alguna. Es el momento de desistir del monólogo narcisista y de reconocer la conveniencia del diálogo amistoso. Si somos parte del problema, somos necesariamente parte de la solución. No existen especialistas certificados en reconstrucción social, institucional o política. Existen ciudadanos auténticos que se interesan ávida y sinceramente por la paz y el bien común.

Por último, al igual que en la mitología griega la caja de Pandora que infortunadamente fue abierta y de la cual salieron todos los males que aquejan al mundo, no todo está perdido. Antes de cerrar la caja y conformarse sin más con los males que allí se esparcieron, la Esperanza yacía en el fondo de la urna como aquella virtud que es lo último que se pierde. Sin Esperanza Chile no existiría como nación. Sin ella es imposible levantarse con dignidad después de un terremoto, un maremoto, una erupción volcánica o una nueva Constitución. Lo mejor para Chile es la Esperanza, pero si aun eso lo banalizamos el peligro de la lava ardiente y del agua embravecida será más real que la pandemia.

Guillermo Tobar Loyola – Académico Instituto de Filosofía – Universidad San Sebastián

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